LA GRANDEZA DE LAS COSAS PEQUEÑAS
En una ocasión vivían un maestro y un discípulo en sendas ermitas en lo alto de una montaña, separadas por un pequeño sendero. Junto a la ermita del maestro se hallaba un pequeño templo que sólo tenía una estatua de Budha de piedra desgastada por el tiempo. El discípulo llevaba 15 años practicando con una determinación fuerte y gran voluntad. Se levantaba a las 4:00 de la mañana y se dirigía en medio de la noche hasta un pequeño riachuelo donde se aseaba, incluso en el frío invierno cuando el camino estaba cubierto de nieve. Luego tomaba agua y se dirigía a la celda del maestro donde preparaba el té y un poco de arroz para el refrigerio matutino. Pasaba gran parte del tiempo en el templo recitando sutras y ejercitando su zazén. Su postura llegó a ser admirable, su inmovilidad infranqueable. El maestro observaba su férrea disciplina y reconocía su obediencia y constancia. Era un discípulo ejemplar. Era servicial y bondadoso; estudioso, disciplinado, lo tenía todo.