VIDA COTIDIANA

Cuando decimos "vida cotidiana" al hablar de meditación o zen o mindfulness, parece que en el trasfondo estamos haciendo una distinción de vidas. La vida cotidiana y "la otra".
¿Cuál es la otra? ¿Qué es lo cotidiano?
La otra, es la vida "festiva"; la de no todos los días, no la de la rutina, del trabajo, de la vida de familia, sino la de los momentos de ocio, la fiesta, los retiros, las vacaciones.

Creo que la distinción marca esa diferencia entre lo rutinario y lo diferente, lo que sentimos que hacemos porque nos gusta y lo obligatorio. Es la distinción entre la "obligación" y la afición. De forma gráfica, sería la vida en color o en blanco y negro.
El sentimiento general que nos embarga a las personas de nuestro tiempo ante lo cotidiano es el aburrimiento. Se trata de una emoción cuya función principal es incitar al cambio. Pero no se trata sólo de un cambio de actividad, como los niños que se aburren de un juego y buscan otro. El aburrimiento como emoción es un impulso a cambiar para encontrar la motivación, la curiosidad, el incentivo de aprender.


Con frecuencia la vida cotidiana nos aburre. Ahora bien, cuando tenemos ya una cierta edad, no es muy frecuente tener la posibilidad de hacer grandes cambios en la vida, con la familia, el trabajo, los colegios de los niños etc. por medio. Además, nadie nos asegura que en la nueva situación no vayamos a sentir también aburrimiento al poco tiempo. 

La vida cotidiana, que puede ser fuente de aburrimiento, también puede ser motor de nuestro cambio y transformación. Me refiero al cambio de punto de vista. Utilizar la actividad diaria rutinaria para convertirla en una fuente de entrenamiento y de experiencia gratificante es un arte. Igual que colocar unas flores en un florero puede ser el más sublime de los artes cuando se hace un Ikebana.
Así lo han hecho durante siglos todas las tradiciones contemplativas. Cocinar, acarrear agua, limpiar las estancias, trabajar, despertarse o acostarse, lavar la loza...pongamos aquí cuantas actividades diarias tenemos que hacer rutinariamente, pueden convertirse en actos de plena atención y de conexión con el momento presente.

Durante tiempo se ha hablado de "dar sentido a la vida cotidiana". Esta expresión, a veces, se entendía como inventar algo en la mente para tapar el sentimiento de hastío de lo cotidiano. De esta manera se evocaban sentimientos nobles para acompañar las acciones rutinarias a las que no se les veía ninguna gracia. Esto aumenta la sensación de ruptura y dualidad y a lo más da un cierto consuelo.

La magia de lo cotidiano es precisamente su ritmo repetitivo y rutinario. Sí. Eso no es malo, al contrario, ¿Acaso en las artes marciales la perfección no es otra cosa que repetición y conciencia? ¿Acaso la esencia de un ritual no es otra que la repetición exacta de los gestos y símbolos?
En lo cotidiano tenemos la oportunidad de perfeccionar una y otra vez la conciencia de unidad con la acción. Al hacer cosas que no exigen demasiada energía mental analítica, ni atención focalizada, nuestra mente puede detenerse en observar el proceso y ver todas las implicaciones. ¿Cómo se implica mi cuerpo en la acción?, ¿Cuál es mi respiración?, ¿Dónde está mi mente en este momento?
Si podemos vivir intensamente lo cotidiano no necesitaremos de aumentar el estímulo para sentirnos vivos, o más intensamente vivos, al contrario, por mínimo que sea el estímulo nuestra vivencia puede ser muy intensa, aunque nuestra vida sea limitada por las circunstancias. Basta vivir lo que toca vivir en cada instante.

Todos admiramos la perfección en una acción humana. La maravilla de una obra de arte, de un ingenio humano, la perfección de un pensamiento estructurado, de una obra de teatro, de una acción colectiva etc. Sentimos admiración porque en esa obra vemos reflejado el esfuerzo personal o colectivo y además la belleza y armonía.
¿Podemos hablar de la perfección de cambiar un pañal a un bebé o de la perfección de lavar la loza? ¿Podemos hablar de un acto sublime de hacer la cama o doblar el pijama? Soy consciente de que esto puede sonar incluso ridículo. Pero sólo es una cuestión de punto de vista.
Cuentan de un maestro zen que antes de entrar en el Dojo (sala de meditación zen) se quedaba mirando los zapatos en la entrada.Una vez un discípulo le preguntó ¿Maestro, qué hace ahí mirando los zapatos tanto tiempo?El maestro respondió: ¿Por qué crees que miro los zapatos? Estoy mirando vuestro espíritu en el espacio que ocupan los zapatos.

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