DESIERTO


Hoy, como tantas otras veces en mi vida, la sentada ha sido un desierto, árido y lleno de fantasmas y espejismos. Un aluvión permanente de pensamientos sin control, dolor en una rodilla que tengo un poco dañada y miedo. Una sensación de angustia que una y otra vez me ha asaltado en forma, unas veces de pensamientos, y otras de puras sensaciones. Una especie de vacío que se vuelve náusea al ascender y crea una pequeña taquicardia al descender, junto al inspirar y espirar. Una y otra vez. Es de esas veces que cada respiración es un acto de consciencia contra viento y marea. Vamos, otra vez y otra, y otra más.Vamos.

A lo largo del ejercicio he estado a punto de parar el reloj (siempre medito con reloj de cuenta inversa y lo pongo a 45 minutos) varias veces. Me he sentido en varios momentos como Ulises atado al mástil del navío y oyendo esos cantos de sirena enloquecedores que pugnan por sacarte de tu lugar y abandonarte a toda suerte de impulsos escapistas de la realidad. Es como un sentimiento de horfandad y desamparo. Qué coño hago aquí, otra vez. ¿Acaso esto va a solucionar mis problemas?...

Bueno, así han transcurridos todos y cada uno de los minutos de mi ejercicio esta mañana. Ya agotado, con las rodillas entumecidas y con cierto sentimiento de fracaso por claudicar decidí parar el cronómetro y dejar el ejercicio. No he podido completar mi tiempo, seguro que hoy no he podido meditar más de 20 minutos. Miro el reloj. Faltaban 30 segundos. No me lo podía creer. Una vez más, la meditación me sorprende. En ese momento siento una paz sublime. Pensé que me faltaban por lo menos 25 minutos, pensé que el tiempo no había pasado que los minutos eran muy largos y que estaba perdiendo el tiempo en meros pensamientos.

No. El ejercicio hoy era eso. No importa cómo está la mente. Si está más agitada o menos, si afloran los miedos o no. Incluso no importa si no cumplo mi meta de 45 minutos. No importa nada de eso. Importa mantenerse, seguir, confiar, hasta donde uno pueda. La recompensa no es tanto la paz o la turbación. La recompensa, si se puede llamar así, no es otra cosa que la seguridad interior, la certeza que nace de que vivimos en la ilusión que genera nuestra mente abrumada por emociones e interpretaciones de lo que nos rodea, pero la verdadera naturaleza de todo está detrás de esta cortina de interpretaciones, y esa verdad es como la luz en el cine, cuando aparece, aunque sea un instante fugaz, lo ciega todo rompiendo el embrujo de la ilusión. Bendito ejercicio.

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