BELLEZA ESCONDIDA.

Muchas veces tenemos la experiencia de sentirnos sorprendidos por algo o por alguien. Son esas realidades de la vida que se salen de aquello a lo que nuestra mente se acostumbra y atrae nuestra atención, aunque sea fugazmente.

La mayoría de las veces no damos mucha importancia a esos momento preciosos. Luego, por otra parte, pretendemos centrar nuestra atención muy concienzudamente en la práctica de zazén o en la meditación formal cuando estamos sentados, esperando que ocurra algo maravilloso.

¿No es una contradicción? Esperamos algo maravilloso y cuando eso maravilloso surge no nos damos cuenta. Ironía de la vida.
La belleza escondida es una ocasión única de reconocer el momento presente en toda su expresión de impacto en los sentidos. No se trata de saber vivir, se trata de vivir, decía R. Panikkar. Vivir es oler, gustar, ver. Inmediatez con el todo expresándose en cada pequeño detalle de la existencia. 


La belleza tiene por virtud abrir nuestro yo individual a ese todo que reclama contemplación. Cuando mi mirada se posa en esa pequeña orquídea de la sierra de Madrid me sorprendo de que tanta belleza, exótica y colorista esté aquí al lado. Pero esa sorpresa es un camino maravilloso para ir más allá, a la otra orilla, como dice el sutra. Porque su belleza refleja mi belleza y la de todo cuanto existe a mi alrededor. No, no se trata de narcisismo, ni tampoco de ingenuidad. Ya sé que existe dolor y sufrimiento, también existe ignorancia y oscuridad, pero eso nos lo repiten a diario en todos los medios de comunicación. Y con esas "gafas de cristales grises" nos acostumbramos a mirarlo todo perdiendo la capacidad de ver el color de la vida.

Y es que la belleza nos conecta de un modo mucho más intenso con la ilusión y la impermanencia. Sabemos que esto bello, lo es en este instante, mañana quizás ya no. Esto es la grandeza del sentimiento de belleza que es único y en este instante. Es como una manifestación o epifanía y sólo si estoy atento, sólo si soy capaz de fluir con él, puedo experimentarlo. 
Y precisamente la conciencia del valor del instante, me ayuda al mismo tiempo a ejercer el desapego. Sí, porque las cosas se pueden acumular, pero la belleza no se puede retener, o se vive o se pierde, es efímera.
Nos empeñamos una y otra vez en vivir la vida como si fuera real, como si todo lo que sucede está ahí y ahí va a permanecer siempre, pero nos olvidamos de que eso que llamamos vida es sólo un cúmulo muy rápido de impresiones sensibles a las que nosotros damos forma y estructura en cada instante. Disfrutemos que a poco todo se esfuma, como decía Calderón de la Barca en boca de Segismundo: 


Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?

Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

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