IMPERMANENCIA




En Chile hemos vivido estos días una tragedia de grandes proporciones. Los que además nos encontramos en las proximidades de Valparaíso y hemos recorrido sus calles y plazas pintorescas y conocemos la personalidad marcada de los porteños, su espíritu cosmopolita y su creatividad e imaginación nos sentimos golpeados por la tragedia vivida, más allá de causas posibles y análisis técnicos, la tragedia humana se impone y es ella la que nos golpea la mente.

La imagen del fuego devorador sin piedad, sin lógica alguna en su impulso contínuo destructor nos coloca una vez más ante la impermanencia de las cosas. También de nosotros mismos. Llevo más de 25 años practicando zen y siempre que mi práctica me aproxima a la experiencia de la impermanencia, a la experiencia de no-yo a la ausencia de identidad esencial de la realidad, siento una mezcla de paz sublime y libertad interna, a la vez que inseguridad e incertidumbre, todo a la vez. Seguro que me queda mucho en el camino de la sabiduría, pero la experiencia de impermanencia (anitya) de la realidad es en el fondo la experiencia de que no se puede detener el flujo del ser. El ser no es fijo y estable, no se puede meter en cajitas que guardamos como conceptos ordenados en nuestra mente, no se puede retener mediante apegos. 

El ser es libremente dinámico y nosotros fluimos en medio de esa corriente impermanente que nunca se detiene, aunque nos parezca lo contrario. 
Juzgamos las cosas y los acontecimientos como buenos o malos en función de nuestro apego. Nos cuesta mucho reconocer que la realidad es lo que es y que a la realidad, nuestra pequeña mente humana "de andar por casa" no le importa especialmente, ni tampoco nuestra mota individual de materia pensante en este abrir y cerrar de ojos temporal que es nuestra vida. La realidad está más allá de nosotros porque nosotros estamos subidos en su lomo, como el boyero  del cuento zen. Creemos poder domarla durante un tiempo, creemos que nos va a ser favorable por alguna misteriosa razón social, racial, cultural, estética etc. Pero todo esto es ilusión. El zen es un camino hacia la experiencia de la realida en su verdadera naturaleza, en su pura esencia, no según nuestro modo de verla sino tal y como es. Y su naturaleza es impermanencia y vacío. 

Al mirar las imágenes del fuego destructor uno piensa, ¿y si fuera mi casa? ¿y si fuera mi familia? ¿y si fuera yo mismo ardiendo en medio de esa energía incontrolada de la naturaleza? todo es posible porque nada, ni mi cuerpo siquiera por seguro que esté de él ahora que escribo y que siento apoyado en la silla es permanente, está siendo creado y destruido por fuerzas constantes de la naturaleza instante a instante y puede que en un momento ese equilibrio se decante en otra dirección y mi forma actual desaparezca. Sólo queda practicar día a día, instante a instante, experimentar ese flujo de ser que está más allá de mi y de cada cosa que veo sin dar paso al yo que enjuicia y se separa creando un fortín de apegos con apariencia de permanencia.

Comentarios

  1. He descubierto tu blog hace un mes y te sigo con bastante atención. Me parece que escribes con una sencillez envidiable y que describes con ella lo complejo y lo profundo de la existencia. Yo soy también un meditador, un verdadero aprendiz aunque llevo ya algunos años y tus reflexiones me ayudan en mi práctica.
    Gracias.
    Un abrazo

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    1. muchas gracias por tus amables palabras, espero que mi experiencia sirva de aliento a los que quieren poner mayor conciencia en este mundo

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