NOCHE SABIA

Desde siempre la noche ha tenido un significado especial para la humanidad.


Probablemente, la necesidad de superar los miedos que se acentuaban en la oscuridad hizo que los humanos miraran a la noche con respeto y reverencia. Hoy día tenemos tanta luz en nuestras ciudades que nos cuesta experimentar la noche y la luz de la luna y las estrellas. Pensamos que con eso ya hemos superado el miedo al peligro oculto y acechante en la oscuridad, pero no es así. El miedo está, si cabe, más oculto que nunca.

La tradición zen nos presenta muchos  ejemplos de la importancia que tiene la noche como metáfora de la mente ilusoria. Cuando miramos la luna reflejada en las plácidas y cristalinas aguas de un estanque no se sabe qué es arriba y qué abajo. Ni siquiera si se puede hacer esta distinción. En la tradición contemplativa cristiana la noche simboliza la desactivación de los sentidos, vista como un proceso de disminución de la avidez que generan los sentidos hacia el mundo que se crea. Nuestro ego operativo se sustenta en la relación con el mundo que nace de nuestros sentidos. Sin embargo, cuando la práctica contemplativa se afianza, la inmovilidad del ejercicio nos acerca a un punto en el que los sentidos aminoran su presencia en la conciencia e incluso se apagan, aunque la conciencia está presente y plenamente vigilante.


Esa "noche" simbólica a la que Juan de la Cruz se refiere cuando dice:
"Aquesta [noche] me guiaba 
más cierto que la luz del mediodía 
adonde me esperaba  
quien yo bien me sabía 
en parte donde nadie parecía" 
es la barrera sin puerta. El umbral ante el que nos presentamos cuando perseverando en la atención constante a las sensaciones que acompañan la respiración momento a momento, el pensamiento rumiador poco a poco entra en esa especie de noche, de letargo, de ralentización, mientras el estado de alerta se afianza más y más.

Llegados a este punto me surge una reflexión sobre un tema que crea mucha confusión. Con frecuencia identificamos perfección moral con práctica de meditación o tener determinado grado de experiencia, como si lo uno fuera condición de lo otro. Y lo que es peor, pensamos que ese estado de perfección es permanente, que una vez adquirido cierto nivel de experiencia ya está todo conseguido. 

No puedo negar que muchos maestros, de forma consciente o inconsciente, también han favorecido este pensamiento con sus palabras sobre experiencias o iluminación o con sus vidas públicas y su estado general pacífico y amoroso. Pero no podemos olvidar que la vida es momento a momento. Y todos, repito, todos tenemos malos momentos. Nuestro ego tiende a retomar las riendas con sus patrones prefijados en cada momento que surge una amenaza. Ocultar esto es crear una terrible confusión. Esto hace que muchas personas se cierren a un posible proceso de integración psico-espiritual, y ya de partida se consideran "imperfectas" o "nada evolucionadas" comparándose continuamente con otros y sintiendo que a ellos nunca les pasará nada especial. 

La meditación es una práctica que nosotros podemos hacer "sin condiciones previas". Basta tomar la decisión. Evidentemente surgirán dudas, dificultades, tendencias acuñadas por los años, patrones mentales. Todo ello va con nosotros y es inevitable, pero el ejercicio es más fuerte que todo. Si perseveramos con fe (con la seguridad mostrada por miles de años de práctica), y sobre todo sin prejuicios, no cabe duda de que empezaremos a experimentar sutilmente cambios en nosotros. Es aquí donde comienza el verdadero ejercicio. Cuando nos abandonamos a esa experiencia sin juzgar, sin desear nada, sin esperar algo concreto, simplemente experimentando la realidad como se muestra en cada instante y sin apegarnos a una u otra experiencia, entonces podemos percibir un efecto natural de la práctica que es la duda. Esa duda es entrar en la noche, el territorio de las sombras donde nada es lo que parece. De la duda nace el desapego. No ya como un gesto de "renuncia ascética", sino más bien como las hojas de otoño que al no tener presencia de la savia (deseo) ellas solas se sueltan sin esfuerzo, movidas por una leve brisa.

El desapego que surge en la noche se convierte en "luz del mediodía" cuando no ponemos condiciones.
La noche nos conecta con el sueño. Nadie tiene duda de que el sueño es sueño. Y lo que caracteriza a un sueño es que se trata de una construcción mental. Es más difícil aceptar que la experiencia de vigilia también es una construcción mental, por eso el juego de confusión y de espejismos que se produce de noche nos ayuda a entender mejor que nada es fijo, verdadero, estable etc.

En medio de esta noche el espíritu vigilante se representa en la luna que lo llena todo. Cada vez que nos sentamos desaparecemos. Dejamos de ser ilustres o mendigos, eruditos o ignorantes, hombres o mujeres, altos o bajos, guapos o feos. Al sentarnos sólo queda el flujo de vida que atraviesa la sala como la luna en medio de la noche.
Dogen lo resumen diciendo:
"En el agua del espíritu 
sin mancha 
se refleja la luna llena. 
Incluso las olas que se rompen 
se transforman en luz " (San Sho Do Ei)

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