CONCLUSIONES SOBRE ÉTICA

Aunque ya hace unos meses del encuentro, hoy más que nunca quiero volver a algunas de las conclusiones compartidas.


En mi grupo de trabajo estuvimos reflexionando sobre la palabra correcta, uno de los tres elementos de la ética que afecta al pensamiento, palabra y acción. De estas tres, podría parecer que la palabra es la menos importante, o cuanto menos quizás nos sintamos más indulgentes ante ella. Todo el día nos lo pasamos rodeados de palabras. Hablamos y hablamos, unas veces por necesidad y otras muchas para "matar el rato". Nuestras conversaciones con frecuencia son la exteriorización del flujo rumiador de pensamientos inútiles. Quizás esto no tenga mucha trascendencia en nuestra vida privada más allá del constante juego que nos saca y desconecta nuestra conciencia del momento presente y genera un mundo de fantasía compartida alimentado con la cháchara. 

En efecto, los seres humanos como dice el historiador Yuval Noah Harari en su libro Sapiens: hemos sido capaces de cooperar gracias a distintos tipos de fantasías compartidas por la cháchara. Estas fantasías compartidas nos permiten generar la conciencia de masa, que a diferencia de los grupos animales nos mueve a miles o millones bajo una misma identidad.
Por eso, precisamente, es tan importante la ética de la palabra, o diríamos mejor, la ética de la comunicación. 


Los seres humanos, al comunicarnos, construimos un segundo nivel de experiencia. Lo que uno percibe, siente, comprende, anhela, vivencia es personal e intransferible, sólo se muestra ante la conciencia individual y nadie puede conocerlo. Es la experiencia en primera persona. Sin embargo, en el momento que compartes una experiencia con alguien se produce un fenómeno especial. No es la puesta en común de experiencias, sino la creación de una experiencia compartida, que es otro tipo de experiencia (experiencia en segunda persona). 
Esto es debido a que en el compartir se empieza a co-crear. Las palabras usadas tienen correspondencias emocionales, son como moléculas compuestas pero con muchos radicales libres y dependiendo de las mentes que están en juego los "compuestos" pueden ser muy variados. Detrás de todo discurso hay motivaciones emocionales que expresan deseo, necesidad, valoración personal, intento de quedar bien, o cualquier otra que nos imaginemos. No se trata de juzgarlas sólo ver que tras las palabras están las motivaciones. Y darse cuenta que también podemos enfocar o cambiar la motivación y observar como de forma natural también cambia el discurso.

Aquí viene la responsabilidad ética. La práctica de la atención plena consiste en integrar en la conciencia mayor experiencia, más niveles de relación con la realidad. Este proceso está limitado por nuestros apegos y nuestra estructura de mente egoica que parcela la realidad. A mayor integración menor parcelación, incluso se pueden difuminar las líneas divisorias de la realidad que marca nuestra mente, hasta que el ego también se difumina. Evidentemente este nivel de experiencia no puede permanecer mucho tiempo porque no es muy práctico para sobrevivir, pero nos permite tomar otra postura. Para empezar mayor humildad. Lo que creemos saber es sólo un pequeño juego de nuestro sistema que ignora mucho más de lo que sabe. Ni siquiera sabemos qué es la realidad. Sólo somos conscientes de cómo nuestro sistema perceptivo a través de nuestros mapas neuronales crea una versión neurológica a partir de los estímulos, y sólo algunos pocos, que llegan a nuestro cuerpo (que por cierto también está creado en la mente). Pues, cuando hablamos o no hablamos estamos creando un mundo a nuestro alrededor. Se trata de un mundo tan ficticio como nuestra propia percepción. Por eso, cuando manipulamos ese mundo desde la contaminación emocional, la distorsión de la experiencia etc. antes que nada nos estamos engañando a nosotros mismos y esto es muy grave porque cuando estamos co-creando implicamos en ese engaño a la otra persona y a su propio sistema de relación con la realidad. 

Cuando al hablar soy consciente de la repercusión emocional de lo que digo, estoy creando un mundo. Porque el hablar es como una onda emocional. Si dije algo ofensivo a mi pareja y ella se molesta, cuando llegue al trabajo quizás tenga filtros emocionales activados por mis "radicales libres" (me encanta esta expresión, también como metáfora) que harán que tome muchas cosas "por la tremenda". 

Pero los seres humanos en general no somos tan malvados como para, de forma consciente y premeditada, incitar a la violencia, promover la injusticia o la discriminación, generar miedo e incertidumbre, atacar la libertad o la dignidad de las personas, digo la mayoría, algunos sí. La mayor parte de nosotros lo que tenemos es "incontinencia verbal" o lo que es lo mismo inconsciencia verbal. Nuestro lenguaje, sin darnos cuenta, proyecta impulsos muy básicos que provienen de nuestro más profundo inconsciente y a lo que no queremos atender, porque no nos gusta reconocer que existen pulsiones emocionales que reflejan envidia, avaricia, miedo, deseo etc. Algunos lo solucionan con espacios de verbalización libre y liberadora, por ejemplo, los campos de fútbol. Pero eso no sólo no arregla el problema sino que lo acentúa porque aumenta los automatismos. Es como si para dejar de beber decides emborracharte a tope los fines de semana.

La única solución es aumentar la conciencia sobre nuestra comunicación. Cuando aumenta esta conciencia nos trasladamos más y más de la palabra al silencio. Al igual que nuestro ego siempre nos acompaña y tiene su función, que no es ser el objeto de toda nuestra energía, sino ayudarnos a mantener vivo este cuerpo el tiempo que pueda, también las palabras tienen una función: co-crear experiencia que ayude a evitar el sufrimiento en la medida de lo posible , pero la verdad, la verdad de verdad... se percibe y realiza en el silencio. 

Dedico este post al presidente de EEUU D. Trump. Pues, co-crear tiene la dimensión de las mentes a las que afecta. Alimentar un monstruo pude no tener vuelta atrás.

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