EL ARTE ESPIRITUAL


El término gracia no significa “arbitrariedad divina” como en algunas religiones se ha dado a entender,  sino que es una realidad más allá de la relación causa-efecto, y por tanto, más allá de la voluntad inmediata nacida del ego. Por eso la espiritualidad se denomina arte espiritual. 
El arte es una dimensión que requiere una técnica, una disciplina, un trabajo etc. Pero nada de todo esto asegura el arte. Lo que impacta en la emoción, lo que transforma la obra y comunica un nivel de armonía y belleza sublime es una dimensión que está más allá de toda técnica previa y no lo podemos definir.
Este ejemplo nos permite hablar de la gracia como ese nivel de armonía que surge de forma espontánea en nuestro interior cuando se prepara el terreno con la práctica espiritual. La gracia es la maduración de la semilla oculta. Nadie puede hacer que una semilla fructifique. Lo único que se puede es crear las condiciones favorables para que se active su potencial. 
La gracia es lo mismo. Todo ser humano tiene acceso al  potencial al que llamamos esencia divina, verdadera naturaleza, reino de los cielos etc. Se trata de una dimensión de madurez de la naturaleza humana que puede llegar a su máximo esplendor si se ponen las condiciones adecuadas. En este nivel de madurez la conciencia se vuelve sobre sí misma y se libera de los pensamientos y representaciones parciales de las formas a las que la mente dual reduce la realidad con la que se maneja día a día, por eso se abre a un vacío infinito y pleno. 
La naturaleza humana tiene este potencial. Precisamente los grandes maestros del espíritu, son aquellos que han descubierto el camino para que surja y se manifieste esta dimensión en la conciencia individual. Por ello, ante esta experiencia sólo cabe la gratitud. Pero no una gratitud individual, sino una actitud de gratitud sin más.
Llegados a este punto resumamos en qué consisten los elementos básicos de este camino trazado por los primeros monjes del desierto cristiano. La tarea del monje (el llamado arte espiritual) consiste en:
1.- ACTITUD: Romper cualquier prejuicio, cualquier preconcepción de nosotros mismos. Cualquier imagen que nos hayamos formado. Afrontar lo que hay tal y como venga. HUMILDAD. Andar en verdad. Y la verdad de lo que somos es esa. Sin ambages sin miedo a cómo nos ven los demás. Esto es lo que hay. 
2.- LOS PENSAMIENTOS. No nos avergüenzan si reconocemos que son parte de nosotros mismos. Pertenecen a nuestra estructura psíquica, la cual se ha ido forjando a lo largo de millones de años para permitirnos sobrevivir en este planeta en circunstancias muy difíciles. En ese proceso nuestra especie ha vivido miedos ha tenido que agredir, se ha reproducido cuanto ha podido etc. Y todos esos impulsos están cosidos a nuestra naturaleza, nos pertenecen.
3.- TRASPASAR LOS PENSAMIENTOS. Si bien, los pensamientos están en nosotros como impulsos con los que nos identificamos y que nos zarandean del pasado al futuro permanentemente, la salvación o la liberación consiste en que la conciencia traspase los pensamientos y se funda con el Espíritu Divino. De esta manera, en el desierto, los monjes aprenden que la tranquilidad del espíritu (hesyquía) consiste en lo que los monjes denominan la experiencia de la conciencia del espíritu. El Espíritu para los cristianos, según dijo Jesús,  es el consolador. “Os daré un consolador” (parakletós). La experiencia de esta conciencia descrita por Pablo de Tarso en la carta a los Gálatas 5,22 “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad”.


Traspasar los pensamientos para que aflore el espíritu en la conciencia es la esencia del ejercicio espiritual del desierto. Para ello el monje TOMA CONSCIENCIA de lo que los pensamientos remueven en su interior. De cuál es su origen; de hacia dónde impulsan la conciencia. Para poder ganar perspectiva de este proceso el monje usa una estrategia mental. 

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