PENSAMIENTOS





La mayoría de los que practicamos meditación, en algún momento de nuestra práctica, hemos sentido una especie de vértigo. Un vértigo que se manifiesta en una sensación de desaliento y de confusión. ¿Qué hago yo aquí sin hacer nada, con todo lo que tengo que hacer?Esa sensación que surge ante la quietud de la meditación, en algunos casos, da pie a un momento de consciencia de los pensamientos que de forma ininterrumpida se amontonan en nuestra mente. Sin duda, la mente inquieta nos inquieta. Por eso, uno de los primeros pensamientos que surgen cuando uno se sienta a meditar es el de “tengo mucho que hacer, hoy no puedo meditar”. 



Si de verdad queremos hacer de la meditación una práctica habitual en nuestra vida y disfrutar de sus múltiples beneficios, debemos saber cómo afrontar nuestros pensamientos. El ejercicio de meditación consiste en invertir el flujo de la conciencia, de manera que en lugar de ser conciencia de lo exterior, de lo que nos rodea sea conciencia pura, mera conciencia de ser. Si imaginamos la conciencia como un foco que ilumina el exterior, y los pensamientos como rastros de las formas iluminadas, la meditación es volver el foco hacia sí mismo, con lo que las formas poco a poco se desvanecen y la luz se vuelve sobre su fuente.
Ahora bien, los pensamientos no son como fotografías plasmadas en un papel. O como una película grabada en una serie de fotogramas que se puede reproducir a voluntad. Los pensamientos forman parte de nuestra estructura vital y ayudan a nuestra supervivencia. Estamos tan vinculados a ellos que son como una extensión de nosotros mismos, por lo que su “inquietud” nos inquieta; su tensión nos tensa, su complejidad nos confunde su belleza nos seduce, etc.  Los pensamientos son los ladrillos del yo.
Como hemos dicho, los pensamientos son imprescindibles para nuestra vida. En cierto sentido han sido el mayor logro de nuestro proceso evolutivo.
Nuestro cerebro no solamente ha sido capaz de registrar información e interactuar con el entorno, orientando y dirigiendo la conducta hacia la mejor manera de sobrevivir, sino que además permite recrear el conjunto de patrones resultantes de esa interactuación. De esta manera puede crear, con ello, una realidad alternativa o paralela que nos permite “simular” nuestra actuación y así prevenir los posibles problemas o errores que nos puedan generar un daño. 
Así pues, la dinámica de los pensamientos es la dinámica natural de la propia mente, que de forma continua está preparándose a lo que va a venir en base a lo que ya se ha vivido. Este es el mecanismo que nosotros hemos usado para la trasmisión de cultura. Gracias a esta mente pensante aprovechamos la experiencia basada en el acierto y error y transmitimos a la siguiente generación el resultado, la síntesis de la experiencia en forma de creencia.
En la meditación nos damos cuenta de algo muy importante y es que estamos tan acostumbrados a pensar que nos identificamos con los pensamientos que tenemos. Esta identificación constituye una pérdida de conciencia del momento presente, “se nos va el santo al cielo”, decimos, y de este modo construimos una creencia sostenida de que la realidad es lo que me muestran mis pensamientos y además es tal y como me lo muestran.

Entonces ¿Qué podemos hacer con los pensamientos al meditar? ¿Por qué cuando nos sentamos intentando buscar la paz interior, de repente, nos viene a la mente la agenda de toda la semana, todas las cosas pendientes que tenemos por hacer, la musiquilla de una canción, el anuncio publicitario que pasó desapercibido, pero justo ahora que estoy meditando no puedo dejar de pensar en él? Y a veces ocurre que cuando, al fin, se ha calmado un poco este inquietante batiburrillo de pensamientos, es justo cuando uno se tiene que levantar y ya se terminó la meditación. Entonces es inevitable una sensación de frustración y pensamos, ¿Qué hago yo  aquí?
En efecto, el pensamiento es el producto de la mente que busca continuamente elaborar escenarios en los que nuestra vida se vea libre de amenazas, o bien, pueda superar las dificultades. Es como un simulador de supervivencia emocional.
La meditación no puede anular directamente el flujo de pensamientos que están imbricados con nuestra realidad corporal en general. Lo que permite la atención sostenida es la desidentificación. El no dejarse ir tras uno y luego tras otro y otro y así sucesivamente. El poder "desvincularse" del pensamiento recurrente ya es un paso. Pero todavía hay un algo que se vincula a algo. Y ese es un segundo paso. El experimentar que en realidad no hay alguien que "piensa". La experiencia de no ego automáticamente rompe el discurso, porque el pensamiento, en definitiva, es un ofrecimiento a un alguien, y si este no está ¿qué sentido tiene ofrecer nada?
Esta es la respuesta al koan cuál era tu rostro antes de que nacieran tus padres.

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