LA VIDA EN TRES MALETAS

Los seres humanos se han dividido desde muy antiguo en nómadas y sedentarios.
No cabe duda que cada uno de estos modos de vida tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Tengo amigos que nunca han salido de su ciudad natal. Crecieron junto al barrio donde fueron al colegio y prácticamente al lado de la casa de sus padres. Trabajan en negocios de la ciudad y se casaron con una chica de la cuadrilla con la que tienen hijos que van a sus mismos colegios. Tienen una identidad con la tierra, con la gente. Su arraigo es grande, son conocidos, tienen aficiones y participan en grupos sociales del lugar.
Otros en cambio, somos inquietos e intrépidos en cierta forma. Nuestros lazos son intensos pero fugaces. Nos arraigamos con dificultad, pero vamos incorporando lugares a nuestro recuerdo y a nuestro corazón. La experiencia es variopinta y el cambio continuo obliga a replantearse las cosas.

Estoy otra vez de mudanza. Me he dado cuenta de que mi vida en el último año y medio se ha reducido a tres maletas. Es todo. Uno piensa que vive de forma utilitaria sin acarrear mucho, y de repente cuando tienes que mudarte de país, empiezas a guardar tus cosas y... ahí están tus tres maletas retándote. ¿Serás capaz de meter toda tu vida en estas tres maletas?
Luego viene el ejercicio siguiente... ¿y si se pierden? ¿Qué es, en verdad, lo más que me gustaría tener, qué es lo imprescindible?
Yo siempre acabo peleando con mis libros. Los jerarquizo, los separo, los cambio, porque no sé si es mejor llevar este a la mano o el otro...
Pero ayer, en medio de esta estresante actividad, sintiendo la impotencia de hacer que las cosas pesen menos, o que los libros, directamente no pesen, cosa imposible. Tomé el Mumonkan en la edición comentada por Kôun Yamada Roshi y leí el caso 28. Tokusan pedía enseñanza a Ryûtán hasta el atardecer. Ryûtan le dijo, ¿Por qué no te acuestas?, es muy tarde Tokusán hizo sus inclinaciones y se fue. Al ver lo oscura que estaba la noche volvió y dijo: "está negrísimo ahí afuera" Entonces Ryûtan encendió una linterna se la ofreció a Tokusan. Justo en el momento de cogerla éste, Ryûtan la apagó de un soplo y en ese momento Tokusan llegó a la iluminación e hizo una profunda inclinación.
Este relato, como tantos otros, muestra la acción directa, la que ve la oportunidad y la aprovecha sin miramientos. Un acto sencillo que aprovecha la inmensa compasión y amor del maestro y la disposición del discípulo. Yo, peleándome con mis maletas... con esos apegos que como el peso de la vida nos atan, al igual que Tokusan peleando con la enseñanza. Tokusan había escrito numerosos comentarios a los sutras, pero bastó la experiencia de la noche, bastó soltar las amarras y los apoyos, bastó lanzarse a la inseguridad de la noche aceptando la noche misma en su negrura para que experimentar la iluminación y decidir quemar todos sus comentarios y estudios.
No sé cuanto tiempo más voy a tener que arrastrar el arduo peso de mis libros, que no son mis libros, sino la necesidad de seguridad, el apoyo la pequeña linterna que con su luz trémula, siquiera te da la sensación de ver algo y mitiga la oscuridad de la noche. Pero, sólo cuando se sopla la lámpara se puede ver en la noche. Sólo en la confianza y la entrega se muestra la profunda sabiduría y es entonces cuando no hace falta lámpara. Pero cuidado de no apagar la lámpara antes de tiempo puedes tropezar y caer en una zanja sin darte cuenta.
Soplo y noche tienen que darse en el momento justo, en ese instante exacto y maravilloso que nadie conoce ni puede predecir. Ese es el arte de lo sublime.

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