LAS MONTAÑAS SON MONTAÑAS...O NO

Foto: Ana Lara
Cuando miramos lo que llamamos realidad... ¡nos parece todo tan real de verdad! Nos parece que los árboles son y han sido toda la vida árboles y que son claramente distintos a los pájaros y a nosotros mismos. Todo nos parece tan absoluto, tan definido tan claro.
Por eso cuando algún fenómeno escapa de esa predicción mental que llamamos causalidad usamos palabras como milagros o fenómeno paranormal o parapsicología etc.
Esta forma de hablar es una manera de reconocer nuestra limitación conceptual y cognitiva. Vivimos en un marco de referencia en el que las montañas son montañas y punto. Nos gusta que las cosas sean algo concreto y definido de lo que podemos hablar sin confusión. Nos gusta el convencionalismo, el territorio seguro, la realidad que llamamos objetiva. Lo que se toca y se siente, se ve y se oye. Es decir, nos gusta nuestro marco de interpretación y nos da cierto pavor pensar que la realidad sea sólo eso: un algo que surge en el momento en que mi mente interpreta mis sentidos. Esa es la base de la teoría del vacío (sunyata) del budismo mahayana, en especial de la tradición del Camino Medio (Madiamika).
Pero al margen de especulaciones filosóficas la experiencia meditativa nos lleva a un punto de inflexión en el que se pone en duda la sustancia intrínseca de todo fenómeno incluidos nosotros mismos experimentados en nuestra mente. Sí, nosotros somos un fenómeno más. Lo que llamo mi cuerpo, claro y definido, es sólo la interpretación mental de un conjunto de sensaciones que mi mente distingue del resto de sensaciones, creando límites de hasta aquí y de aquí para allá. El hasta aquí, la mente lo tiene que proteger, porque es su sustento su fuente de permanencia y para eso crea una superestructura empeñada continuamente en que el sistema se mantenga y permanezca en medio de las amenazas del entorno. ¿Pero, de dónde viene esa mente? La mente es un conjunto de procesos fruto de la evolución de la materia viva que se dan de forma concomitante e interrelacionados. Así pues, la mente tiene por objeto proteger la existencia del sistema vivo que, a su vez ha hecho posible su existencia. Es algo así como la manos que se dibujan a sí mismas. 
En oriente esto se intuyó muy pronto por eso toda disciplina orientada a buscar el equilibrio la paz y la felicidad ha tenido en cuenta esta doble faceta de nuestro ser: mente y cuerpo son caminos de ida y vuelta en todos los sentidos. Pero no hay que perder de vista el punto inicial y la pregunta de fondo. Si mente y cuerpo son fenómenos y por tanto carentes de naturaleza autónoma e intrínseca ¿Qué hace posible su existencia?
Esta es la pregunta de fondo que se hacen los maestros Zen con el Hua Tou: ¿Cuál era tu rostro antes de que nacieran tus padres? o ¿Quién es el que está arrastrando tu cadáver en este momento? Se trata de la pregunta última: ¿Qué es la realidad de verdad más allá de la forma manifestada a mis sentidos y a mi mente? ¿Qué hay detrás de los contenidos de la mente que identifico como "mi mente" y por tanto como un yo individual en el que se dan esos contenidos aquí y ahora? Acaso soy ese yo, esa mente, esos contenidos, esas memorias, esa biografía...
La práctica de zazén nos conduce a territorios de experiencia en los que todo eso: percepción, historia personal, memorias, patrones mentales, juicios, identidades, sentimientos y emociones etc. de repente se ven como una especie de representación, ajena a uno, sin que se pudiera saber que es ese "uno". Es como ver una película y saber que en el fondo todo eso es sólo apariencia. Es como un juego que se desarrolla según las reglas y no de otra forma y las reglas son los condicionamientos impuestos por nuestra forma. Ahora bien, la zozobra que deriva de ese juego de permanente cambio transformación, amenaza y placer, ensalzamiento y destrucción, al contemplar el juego en la distancia del silencio y la quietud de zazén, disminuye hasta que surge una identidad diferente. De repente lo que uno es es otra cosa, no un cuerpo, no una mente, no una representación ni un juego, sino un espacio infinito sin forma, sin zozobra, sin cambio. Es como estar en una casa confortable y segura, contemplando un cálido fuego mientras se desata una tormenta de nieve en el exterior.
Zazén es volver a casa. Al calor de la protección más honda de la identidad sin identificación. A la fuente original de la existencia, más allá del ser. A lo que los griegos llamaron el arché, el principio sin principio, donde los cristianos vieron al logos. 
No se trata de un lugar en el tiempo originario. Se trata de la cualidad última de todo lo que nos rodea, presente aquí y ahora. Por eso, la vida es debatirse entre la experiencia última y el juego de la mente. Pero aquí ocurre lo mismo que dije arriba. Sin juego de la mente,no hay posibilidad de aproximarse a la experiencia última. Una vez más ambas realidades son una y están indisolublemente unidas, las manos que se dibujan a sí mismas. Por eso uno no se puede desesperar al experimentar una y otra vez las manifestaciones de su ego, ya que sin él es imposible acceder a la sabiduría primordial. Esta es la grandeza de nuestra condición de seres humanos y la gran posibilidad que nos brinda aquí y ahora, aunque la dejemos pasar una y otra vez. No nos olvidemos que detrás de la realidad, aquí mismo, muy cerca se abre el abismo de la infinitud. Basta saber dudar. Pequeña duda, pequeña iluminación; Gran duda, gran iluminación, dice un adagio zen. Por eso cuando mires una montaña recuerda, las montañas son montañas... o no.

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