RESURRECCIÓN EN PRIMAVERA

MUERTE Y RESURRECCIÓN

CUANDO LA NATURALEZA NOS SORPRENDE CON LA FUERZA DE LA VIDA

La primavera siempre impacta nuestro más profundo subconsciente. Todos hemos visto las plantas y los árboles "muertos" durante el invierno. Muchos animales hibernando, los pájaros silenciosos el color predominante: gris.

Sin embargo, sin que nos demos cuenta, un misterioso reloj biológicos hace que todo cambie. Los árboles despiertan de ese letargo invernal y comienzan a florecer. 

No es extraño que a lo largo de la historia de la humanidad este fenómeno haya alentado la esperanza de un renacimiento, de una vida después de la muerte, de una resurrección.
Es la dinámica de la naturaleza. Muerte es sólo la apariencia de una transformación. Todo está en perpetuo movimiento y cambio. Todos los individuos transmiten su carga genética a otros individuos y esa especie de memoria universal colectiva de códigos de conducta y sistemas de percepción que crean mil y una combinaciones en todas las formas de seres posibles bulle sin parar constantemente.


Como seres humanos tenemos el privilegio de poder ver la totalidad. Podemos observar el conjunto y sus relaciones. Nuestra conciencia reflexiva nos permite "hacernos una composición de lugar" y como decía el historiador de la religión Arnold Toynbee: En la psique humana existen dos órganos: una superficie volitiva consciente y un abismo emocional subconsciente. Estas dos facultades no están separadas. Precisamente en la práctica de zazén se unen ambas en un punto de equilibrio que hace que exista una especie de ósmosis entre la una y la otra. Consciente y subconsciente se encuentran y ambas se transforman. El consciente deja de ser discriminatorio e intencional y el subconsciente deja de estar oculto y caótico y se manifiesta lúcido.

La resurrección es la expresión de que todo cambio es posible porque existe un sustrato vacío e insondable que lo posibilita, de la misma manera que no podría haber sonido sin el silencio que lo sustenta, y éste siempre estuvo allí. No cuando sonó el sonido, sino siempre, antes y después del sonido. Quizás sea esta una de las interpretaciones del koan de Hakuin sobre el sonido de la palmada de una sola mano.

El gran reto de la vida es no escapar de ella. No huir del momento en el que la vida está fluyendo para refugiarnos en la mente que anhela, discrepa, enjuicia, compara, recuerda, o proyecta expectativas sobre lo que la vida debería ser. El reto es vivir la vida porque esa es la verdad. Lo otro es ilusión. La vida, está presente en cada respiración, en cada flujo de la sangre bombeada por cada latido de corazón. En cada expresión de nuestros genes creando proteínas que luego determinan nuestra estructura corporal y nuestra salud y en cada conexión neuronal que permite que la experiencia de la vida misma se haga presente. 

La meditación nos acerca al misterio del autoconocimiento. Decimos misterio, porque al profundizar en este autoconocimiento se desvela la comprensión de la totalidad; del sentido de la existencia. Un gran meditador cristiano, Isaac de Nínive (s. VII ) decía: intenta penetrar en la cámara del tesoro que llevas dentro y así verás la celestial; porque ambas son exactamente iguales, entras en una y contemplas las dos.

Cuando la atención reposa en lo que sucede momento a momento, sea esto agradable o desagradable. Sea fácil o difícil. Sin intentar huir ni escapar. Poco a poco se fortalece el espíritu y aprendemos a gobernar nuestra barca en aguas bravas sin entrar y salir del río por el miedo de la corriente. El tiempo avanza. No hay vuelta atrás. Día a día la ocasión está delante de nosotros. Basta una distracción y la mente nos saca de la vida. Basta un momento de atención y dejamos que la vida empape nuestro ser. Por eso, el tercer patriarca escribió: El camino perfecto carece de dificultad, sólo hay que evitar atrapar o rechazar, cuando ambos, deseo y  aversión están ausentes todo se manifiesta claro y diáfano.