SURFEAR LAS EMOCIONES


Las emociones se mueven bajo el umbral de nuestra conciencia, y de repente, como esas carpas de colores afloran a la superficie. Son energías que están inscritas en nuestro sistema vital para asegurarnos nuestra supervivencia. Nuestro cerebro reptiliano sólo sabía responder atacando o huyendo de las amenazas sin ningún tipo de contemplaciones. Respuesta binaria sin matices. Pero la evolución nos dotó de matices. Lo conocido como el eje encefálico, es decir el proceso evolutivo de nuestro cerebro nos muestra que de esa respuesta primaria y casi mecánica pasamos a tener modulaciones varias. Miedo, vergüenza, asco, alegría, tristeza, ira. Todas estas energías nos permiten relacionarnos con nuestro entorno de forma natural e intentando siempre sobrevivir.
Nuestra sociedad no dedica mucho tiempo a tratar con las emociones. Hoy he asistido a una conferencia muy acertada en la facultad de medicina de Valparaìso, Chile. En ella el ponente, el profesor Enzo Arias nos invitaba a reflexionar sobre la forma de ser consciente de las emociones y cómo surfearlas. Término exacto, a mi juicio, ya que con las emociones lo más razonable es saber acompasarse.
Esto implica observarlas, aceptarlas y reconocerlas como propias y dejarlas marchar. Como hace el hospedero en la casa de huéspedes. Recibe a todo el mundo, sin juzgarlo, y luego les despide.
El zen no rechaza las emociones, sino que les reconoce su carácter efímero y, al igual que ocurre con los pensamientos -todos son manifestaciones de la actividad mental- se les deja ir.
No retener, no apegarse. No existe un yo que retenga ni un alguien que se apegue.
Un ejemplo de esto nos lo da el siguiente cuento zen:
Un día un maestro y su discípulo iban de camino. Al llegar a un río caudaloso se encontraron con una mujer que no podía cruzar debido a la fuerza del caudal del río. El maestro no dudó en ofrecerse para tomarla en brazos y cruzar el río. Teniendo en cuenta el caudal de emociones que para un monje célibe significaba tomar a una mujer en los brazos. El discípulo se sintió confuso y un tanto escandalizado pero ni dijo nada.
Pasado el tiempo  se hizo de noche y decidieron acampar. El maestro observó que el discípulo estaba cabizbajo y tenía el ceño fruncido, por lo que le preguntó si le pasaba algo. El discípulo le respondió un tanto quejoso: maestro usted ha tomado a una mujer en los brazos y me pregunta qué me pasa?
Sí tienes razón, respondió el maestro. Yo tomé a la mujer un momento en mis brazos pero tú todavía la tienes en tu cabeza.
Las emociones son respuestas naturales de nuestro sistema orgánico al entorno. Es nuestro yo el que se apega con la memoria a ellas y las puede convertir en un lastre del que no podemos desprendernos.
Ni atrapar, ni rechazar. Simplemente vivir lo que hay, aquí y ahora.

Comentarios

  1. ESTA MAÑANA PASÉ POR EL MERCADO Y SE ME OLVIDARON LAS CEBOLLAS.

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  2. Extraordinario texto! Grandiosa comprension. Mis respetos! Sensei Paul Quintero / Monje zen

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