ADEU JAUME

Como el rayo de sol se difumina suavemente sobre la cresta de esta flor de cáctus en la Costa Brava,  tu tierra, así te nos has ido, Jaume.
En la vida de uno hay personas que aunque hayan parado poco y fugazmente, sin embargo son un regalo por su personalidad acrisolada y su estela de humor y amor que permanece aunque ya no estén.
Sólo recordar la sonrisa de Jaume es como atender a la más alta lección del más profundo catedrático de la vida. Sólo una sonrisa inteligente y sabia. La sonrisa que no es carcajada, que está más allá de un ego del que sin darse cuenta uno con la edad, y tú tenías mucha, casi se lo deja puesto por cualquier rincón de la casa y no se da cuenta de que lo tiene.
Por eso te has podido ir de forma tan sencilla, sin dramas, sin apegos, sin ego, simplemente con un ¡gracias! a la enfermera que te dio un vaso de agua y ya.
A nuestra edad, la partida de cualquier amigo nos llega dentro. No sé cuando me empezó pero hace ya un tiempo que he dejado de ver la muerte de los demás como algo ajeno. Ahora lo vivo como propio, como si mañana pudiera ser la mía misma. Ahora entiendo el sentido de las palabras de la que un día fue mi regla de vida, la regla de Benito de Nursia: " Tener siempre presente ante los ojos la propia muerte". Antaño me parecía algo macabro. Hoy, por el contrario, entiendo que la muerte es el destino de esta materia inestablemente dinámica que posibilita hoy y aquí la expresión de la conciencia infinita y eterna. A eso lo han llamado hálito vital, ánima, espíritu.... para nosotros, presencia de la persona a la que queremos y que de pronto deja de estar presente. Y eso duele. Duele por la ausencia, por los recuerdos por no poder compartir emociones ni abrazos, por no poder compartir la materialidad de la materia que nos rodea y de la que nuestra propia materia se sigue nutriendo. Por eso duele y ese dolor nos enseña que tenemos sentidos abiertos al dolor y con ellos a los demás. No somos islas, somos células interconectadas que trasmiten energía unas a otras alentándose mutuamente y trasmitiendo el legado de las que nos dejan.
Mientras seguimos aquí somos responsables del legado de los que nos ha tocado conocer y nos han aportado algo, por pequeño que sea, que merece la pena ser trasmitido e incorporado al legado universal. Yo hoy, Jaume, me quedo con tu sonrisa, esa que tiene 93 años de trabajo hasta conseguir expresar en ella tantas cosas. Gracias por esa obra de arte. En el zen un gesto puede tardar toda una vida en cultivarse hasta convertirse en perfecto. La postura, el dibujo del enzo, la ceremonia de té, el paso de kinhin, el mudra de las manos. Cualquier gesto se convierte en objeto de perfección durante toda la vida. Tú, Jaume, quizás de forma inconsciente, a mí me has dado la lección de sonrisa, un gesto perfecto que dice lo que ninguna palabra puede trasmitir. Ya lo conseguiste, una sonrisa perfecta, ahora yo te digo también: Gracias Jaume.

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