NUBARRONES EN EL HORIZONTE

Cuando la práctica nos introduce en experiencias difíciles es cuando se desprenden los añadidos de nuestra mente a la pureza de la conciencia.

No resulta fácil aceptar la tribulación. Unas veces ésta nace de emociones agitadoras, otras veces nace del apego a sensaciones agradables como la paz interior o esa conciencia oceánica de tranquilidad placentera en la que se asienta la mente después de un tiempo prolongado de práctica.

Es inevitable tener la sensación de que "no hay progreso" o de que se está yendo hacia atrás, que de nuevo nos vemos abrumados por la agitación que ya pensábamos que "estaba superada". Todo eso son pre-juicios. Es como si internamente y, a pesar de lo que nos han hablado siempre de "no tener metas" (mushotoku), vivir la experiencia tal y como es, aceptar nuestros sentimientos, etc. nos sintiéramos profundamente frustrados y con una sensación de no avanzar. Es como si la práctica no sirviera para mucho. Otra vez la mente causal o instrumental. Medito...para conseguir estar en paz. Medito... para controlar mis emociones. Medito... para alcanzar la unión cósmica. Medito...para...

Los nubarrones y las emociones difíciles, al igual que la inseguridad, la sensación de vértigo, o la desidentificación, aunque resulten sensiblemente dolorosas aportan comprensión. Esta es la clave. La práctica meditativa no es para alcanzar ningún tipo de estado mental, sino que es la actitud que permite la expresión de la verdad de lo somos y de lo que es. Cuando aflora el rostro de la realidad, cualquier filtro emocional, tanto agradable como desagradable, salta por los aires.

" Cuando aflora el rostro de la realidad, cualquier filtro emocional, tanto agradable como desagradable,  salta por los aires "


No cabe duda de que realizar esta experiencia, dependiendo de la historia consciente o inconsciente de cada persona, puede resultar doloroso. La razón a veces es muy simple. Nuestro sistema relega las experiencias dolorosas al subconsciente, el dolor emocional vivido por el abandono, el desprecio, la humillación, la violencia, la discriminación, el odio, todo ello pasa a formar parte de nuestra estructura psico-física se graba en las células, en circuitos neuronales que resuenan en la fisiología del cuerpo y crean "programas" de autodefensa del consciente, que no siempre nos ayudan a una vivencia de la realidad total, sino a una estrategia de supervivencia.

Pero, cuando iniciamos este camino la conciencia se abre paso hacia el subconsciente y a estos programas automáticos les empieza a llegar la luz de la conciencia y al aflorar duelen. Ahora bien, al mismo tiempo, también se inicia un proceso de "desautomatización" si somos capaces de aceptar ese dolor momentáneo. Es igual con el cuerpo. Cuando duelen las piernas en zazén, también, poco a poco nos relajamos y con la práctica la postura se convierte en aliada.

Es por eso que es tan importante una guía experimentada. En el zen, el maestro no es un Gurú, el término equivale más a un compañero experimentado. El maestro está en cada uno y cada uno saber realmente lo que late en su interior. El maestro externo sólo está al acecho  observando el proceso para en el momento justo ayudar con un pequeño gesto a que el discípulo reconozca lo que no hay que buscar. 

Mi compañero de práctica y maestro Alexander Poraj dice: "Es como quien busca las gafas porque no ve; pero para ver necesita las gafas, por tanto busca con las gafas puestas, pero no se da cuenta. Va a la cocina y busca, pero no las encuentra. Va al baño y tampoco. Y así recorre toda la casa, hasta que en un momento se golpea con una ventana y "nota" algo en su cara... eran sus gafas sin las cuales no podía buscar, están allí en su cara, SIEMPRE estuvieron allí. Sólo cabe la risa, a pesar de todo.

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