PUENTES

Jardín Albert Khan. París
En la tradición Zen hay muchas historias relacionadas con los puentes. El puente más conocido es el de Zhaozhou.
El puente contiene un significado emocional y constituye un vínculo simbólico muy potente.
Durante siglos los puentes han constituido el vínculo entre pueblos, han permitido explorar territorios, salvar las brechas.
De ahí su contenido simbólico.
En la antigua Roma, y posteriormente en el cristianismo, al sacerdote oficiante de los rituales sacrificiales se le denominaba "pontifex". Alguien a través del cual se conectan las dos caras de la realidad. En efecto, de la misma manera que cuando vemos un puente, automáticamente nos fijamos en las dos orillas.
El sutra del la sabiduría del corazón prajnaparamita termina con una especie de arenga: giate giate paragate parasamgiate bodhi svaha: vamos, vamos, vamos más allá, vamos a la otra orilla, iluminación y gozo. Cuando al terminar zazén recito este texto una y otra vez, me doy cuenta de que gracias al puente las orillas no están separadas. Uno puede transitar entre ellas y observar, desde el puente, que son lo mismo; que en el fondo una y otra forman parte del mismo paisaje. Gracias al puente en último término desaparecen las fronteras y los límites. 
Para mí, la práctica de zazén es el puente que lo une todo. Cuando me siento inmóvil siempre observo la inquietud que me produce al principio. Es como si todo mi yo se resistiera a esa calma y quietud buscando algún otro con quien confrontarse para así seguir  siendo yo. Cuando en la quietud mantenida, afianzando el solo ser, el yo se cansa de buscar, poco a poco, de disuelve en el vacío y aunque sea por un segundo nace una experiencia de calma simple y sutil. Entonces es como estar en mitad del puente. Un paso más allá y la realidad desaparece un paso más acá y el ego nos introduce en el barullo de la vida llena de formas y preocupaciones. Vacío y forma están en la mitad del puente, en el filo de la navaja. En ese punto de equilibrio en el que ser y nada son lo mismo.

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