BLANCO Y NEGRO

HOY ha amanecido un día en blanco y negro en Viña del Mar. Es de esos días que uno asocia con sentimientos de desánimo, de oscuridad mental, de visión oscura de lo que se presenta por delante. Sin embargo cuando miro las aguadas chinas, expresión del arte zen, siempre jugando con el blanco y negro, me embarga tal sentimiento de paz y de belleza que contrasta con la visión que me produce el blanco y negro de la kamanchaca en un un día de verano.

Curioso, ¿verdad? 
¿Dónde está la diferencia?
Esa ha sido la pregunta que a modo de koan me he hecho hoy después de meditar.
¿Dónde está la diferencia? ¿Acaso puedo mirar el gris matizado de la niebla entrando por el mar igual que la aguada china con sus matices de luz difuminada y sus horizontes perdidos?
¿Qué cambia en mi cuando intento cambiar mi mirada?
Son preguntas que me han acompañado instante a instante mientras observaba la niebla en mi corazón.
Cuando tenemos tristeza, depresión, dolor, desconfianza o tantas otras emociones de esta índole nos sentimos inseguros y queremos que se disipen cuanto antes.
Queremos que salga el sol ya de una vez. 
Y ese deseo imperante nos llena de ansiedad y aumenta la intensidad de las emociones mismas.
En cambio, cuando uno mira la niebla y las tonalidades de la aguada, viendo lo que hay y sus matices. Cuando uno es capaz de contemplar sus propios nubarrones internos sin querer que salga el sol de inmediato, sino intentando ver los matices y la tonalidad que se expresa en ellos se puede encontrar belleza también en el dolor y en la inseguridad. 
Puede sonar extraña esta propuesta. Pero más allá de una especulación estoy compartiendo una experiencia.
El zen no busca realidades luminosas y momentos estelares de emociones alegres y placenteras. Zen es lo que hay, ahora, tirar de la cadena del baño, abrir la ventana y oler la niebla. Mojarse... mojarse, mojarse. Vivir y morir

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