CON EL ALMA EN CADA PASO

Cuando un bebé comienza a caminar, concentra toda su atención en su cuerpo tambaleante. Dar un paso es una proeza inmensa. Tiene que experimentar el equilibrio, además, sin perder el equilibrio, tiene que activar un movimiento de sus piernas en contra de la gravedad de forma alternativa y constante y además con un ritmo que mantenga el equilibrio de forma dinámica sin caerse.
Evidentemente esto requiere su tiempo. Pero el bebé desde que comienza a experimentar esta sensación nueva del bipedismo es como si le hubieran inoculado una sustancia adictiva. En su mundo ya sólo existe esta experiencia de ponerse en pie e intentar caminar. Una y otra vez. Cayéndose y levantándose. Su atención hace que se reconfiguren sus redes neuronales con la experiencia aprendida y el siguiente paso sale un poco mejor. Se aprende algo en cada paso. El cuerpo se fortalece. El equilibrio se va asentando. El control muscular aumenta. Todo ocurre paso tras paso.

Lo que diferencia el caminar de un bebé del nuestro es que para nosotros la acción es instrumental. Caminamos para... El bebé, simplemente camina. Caminar es todo. La acción es plena, es una con él. El bebé camina como si le fuera la vida en ello. Camina con el alma en cada paso, como si el mundo en su movimiento perpetuo dependiera de su paso, y se detuviera en su caída. 
Esta diferencia entre caminar y caminar para... es la que han puesto de relieve las tradiciones contemplativas durante miles de años. La práctica zen no es la búsqueda de experiencias extraordinarias, sino la experiencia extraordinaria de la vida ordinaria. La vida es un milagro impermanente. Hoy estás y mañana ya no. La flor nace en pleno esplendor y radiante de color y por la tarde ya no existe. Todo fluye en un constante ir y venir de formas diversas que se expresan un tiempo y desaparecen. El bailarín al igual que el Shiva danzante hace de cada paso una obra de arte fugaz en el tiempo.
¡Cuánto nos cuesta aceptar la fugacidad! 
El ego es ese sistema relacional identitario de nuestra mente que genera lazos tan fuertes que nos hacen creer, en verdad, que somos permanentes. Que las cosas son permanentes. Y si no, que permaneceremos en otra vida. Es tal la fuerza vital de supervivencia que nos anima, que preferimos alimentar la apariencia de permanencia que aceptar la fugacidad de todo cuanto tocamos, olemos, sentimos o vemos.
Por eso preferimos vivir en nuestros pensamientos más que en la realidad. Porque en el pensamiento construimos la realidad a nuestra medida. 
El bebé que empieza a caminar no tiene en qué pensar. Su paso es fugaz, sí. Cada paso es una obra magna que desaparece al instante, pero es la realidad. Pisar el suelo, caerse; sentir la fuerza en las piernas, perder el equilibrio; dar un paso y pararse. Todo un mundo en cada paso.

Comentarios

Entradas populares de este blog

NADA FALTA NI SOBRA

EL MANANTIAL DE LA SABIDURÍA

BELLEZA ESCONDIDA.