LA SENSACIÓN SENTIDA

Cuando uno comienza a sentarse en zazén no se puede imaginar cuánto le va a enseñar la postura. Parece que dominar esa postura sin apoyos en la espalda, sentados en el suelo, con el vientre distendido y respirando de forma abdominal, los hombros relajados, la nuca estirada, el mentón ligeramente hundido. Empujando con la coronilla el cielo y con las rodillas clavadas en la tierra, será una tarea complicada e innecesaria. En el fondo seguimos pensando que meditar es concentrar la mente. Es la mente la que trabaja. ¿Qué importa una postura u otra?
Nosotros somos occidentales, y en occidente el cuerpo ha sido visto, en general, como un estorbo. Un asno al que domar, un conjunto de materia densa y pesada que se apega a la tierra. Ya desde Platón, el cuerpo era la cárcel de la "psiché".

Sin embargo, cuando se acentúa la autoconciencia, el ensimismamiento, la pura intuición, el cuerpo habla. El cuerpo adopta una postura, al igual que cuando estamos ansiosos, atentos, coléricos o perezosos. El cuerpo no es "otra cosa" nosotros somos cuerpo que resuena con la conciencia.
Por eso, la meditación es un ejercicio del cuerpo. El cuerpo tiene que estar afinado para resonar debidamente, al igual que un instrumento musical. Por eso en la postura de zazén la afinación es perfecta. Tras siglos de experiencia esta postura encierra las claves para que la conciencia se impregne de las sensaciones como resonancias del universo en el cuerpo y las pueda mantener hasta ir dándoles mayor estabilidad. A esto se le ha dado el nombre de la "sensación sentida" (focusing), a diferencia de la sensación fugaz, y con frecuencia, inconsciente.
Esta experiencia de la sensación no termina en la práctica de zazén, sino que se prolonga a través de atención en cada instante de la jornada que vivimos. De hecho, al sentir la sensación observamos que la vida no es otra cosa que sucesión de miles de sensaciones que aparecen en la conciencia como fuegos artificiales una tras otra. Esta experiencia a medida que se asienta más y más en nosotros desmonta la creencia de que la vida es lo que nos pasa, las circunstancias, las cosas que tenemos o que deseamos, es decir, la creencia de que lo real, en el fondo, son las cosas a las que estamos inexorablemente vinculados, como el niño subido en el caballito del Tiovivo que ve cómo sus papás dan vueltas mientras él está subiendo y bajando. 
La sensación sentida es simplemente eso. No es ninguna cosa extraña o sobrenatural, es el juego de color de las flores, el impacto de su aroma, el movimiento en la brisa, el impacto en los insectos que las polinizan, el juego con el sol, la caprichosidad de su forma, el flujo de su vida empujando desde la tierra, instante a instante, su fluir constante y su morir.
Nuestro cerebro en su funcionalidad natural ordinaria tiene tendencia a volver al inconsciente, porque la consciencia gasta energía y es lenta en la toma de decisiones, por ello, para la supervivencia funcionan mejor los automatismos. No hay que olvidar que evolutivamente hablando estamos estrenando la conciencia y todavía no sabemos mucho de ella. Precisamente, las tradiciones contemplativas lo que nos han mostrado es que todavía nos queda mucho que aprender. Empecemos con la sensación sentida, seguro que nos sorprenderá el color que toma la vida desde ahí.

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