PRESENCIA INCONSCIENTE

AVALOKITESVARA CINTAMANI-CAKRA.
Foto: M. Ibáñez
ESTA representación simbólica tan importante para el budismo Mahayana me hace compartir hoy una experiencia vivida estos días.
En esta  figura de Avalokitesvara lo más representativo es la joya que sostiene con las dos manos junto al pecho. Se denomina Cintamani, o joya preciosa del pensamiento. Tradicionalmente esta figura representa la capacidad humana de compasión, y por eso su nombre en sánscrito significa "el que intencionalmente escucha los sonidos del sufrimiento"

Esta escucha activa se traduce en la acción de transformación del pensamiento a través de la joya que porta, porque el sentido de esta piedra preciosa es precisamente transformar el sufrimiento en iluminación, en sabiduría.
Los mitos y símbolos tienen una cualidad y es que más que las posibles explicaciones racionales que uno pueda derivar de su contemplación, ellos mismos, su simple mirada, en un golpe de vista su sentido penetra en nuestro inconsciente y establece un diálogo mucho más hondo que el lenguaje racional. 

En efecto, la compasión está dentro de todos nosotros y de vez en cuando brota de forma natural y espontánea cuando estamos ante personas con dolor o ante el sufrimiento de nuestros seres queridos, o de nuestras mascotas. Es como un manantial que proviene de lo más hondo de nosotros mismos y que a pesar de la resequedad de la tierra brota el agua y surge esa fuente que mana del interior de la preciosa piedra azulada junto a nuestro corazón y lo empapa todo por un tiempo. 


El sufrimiento y la vulnerabilidad crean una conexión especial con el otro independientemente de quién sea. Si sufre, da igual. Incluso da igual lo repugnante de su aspecto o lo cargante de su carácter. Todo es cuestión de penetrar en la compasión y conectar con esa vulnerabilidad y lo que conlleva.

Estos días he tenido que estar ingresado en un hospital, experimentando mi propio sufrimiento y el de mis seres queridos: mi mujer, mi hermana, mis otros hermanos y muchos, muchos amigos que han querido compartir estos momentos difíciles y de incertidumbre. Pero también el sufrimiento de tantas y tantas personas que como rostros fugaces he visto pasar por delante de mí en mis viajes camilleros por distintas dependencias hospitalarias. Rostros, unos de dolor, otros de pena, otros de incomprensión ante la noticia que les han dado, otros literalmente de desesperación, y alguno que otro casi de muerte.

Ante todo ese sufrimiento también he vivido esa compasión aflorando de rostros anónimos. Esa vivencia de la presencia, de la consciencia compasiva espontánea y probablemente inconsciente que aflora en médicos, enfermeras y todo tipo de personal sanitario que se mueve habitualmente entre ese mundo de dolor y no pierde la sonrisa ni la buena palabra ni el deseo de ayudar, siempre desde la profesionalidad pero con alma y corazón.

Esta vivencia me ha ayudado a pensar que el ejercicio de la compasión o el amor en la práctica zen o en la meditación de atención plena, no es un algo que alcanzar o que aumentar. El amor no tiene medida, no es grande ni pequeño es como un inmenso lago subterráneo, infinito diría yo. Está siempre ahí. Algunas personas como estos profesionales sin darse cuenta permiten que aflore parte de esa masa de agua de forma anónima y sin grandes pretensiones. Aunque tengan problemas como todos, aunque tengan ilusiones y alegrías... día tras día vuelven al sufrimiento y como Avalokitesvara abren sus oídos al lamento y no cierran las entrañas sino que dejan que aflore el cálido torrente de compasión que brota de la joya del corazón. Desde aquí quiero inclinarme ante tanta revelación espontánea y sin aspavientos. A esos héroes anónimos les presento mi más hondos respetos y agradezco de corazón haber tocado el cálido flujo de compasión gracias al cual me han "despertado" la mirada hacia el océano interior que bulle en la joya de mi corazón.

A veces tengo muy claro que la práctica es sólo dejar que se muestre lo que está oculto bajo el velo de nuestra ignorancia. Hacer consciente lo inconsciente y que nos acompaña desde el inicio de nuestra vida y que no termina nunca, porque es lo que nos constituye más allá de esta forma impermanente.

Gracias al personal del hospital Ramón y Cajal de Madrid

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