ZEN




El zen es la vida vivida desde una perspectiva diferente. Algunas veces se habla de Camino, de Vía, de práctica espiritual, igual que otras muchas tradiciones (Jesús se define como el Camino, y el Tao es el Camino). Pero cuando ponemos nombres diferenciadores es como si entendiéramos una actividad que uno hace en medio de su vida. Soy médico, psicólogo, ingeniero, agricultor, informático... etc, soy Juan, Luis, Manuela, Olivia etc. y practico zen.
Es decir, mi vida es la que es y entre otras muchas cosas que forman el devenir de mi biología mantenida en el tiempo e interactuante con mi entorno, una de las cosas que hago es practicar zen.

Esto no funciona así. El zen no es practicar algo distinto al resto de mi vida, ni siquiera meditar inmóvil, sentado en un cojín durante horas es un acto que me separa del resto de actos de mi vida. Cierto que cuando Dogen Zenji plantea qué es el zen, él mismo dice: zen es zazen; muestra tu postura y mostrarás tu zen. Pero no porque el zen se limite a practicar esta postura durante horas, sino porque la postura expresa la esencia de la perspectiva de vida en la que consiste el zen.


La vida fenoménica es movimiento constante. Nada permanece más allá de un instante, todo está cambiando, nosotros estamos cambiando a cada instante. Cuando miramos las estrellas vemos astros que quizás ya no existan. Entonces ¿Qué es la realidad en la que nos movemos y que sentimos tan real? La que podemos tocar, medir, ver, sentir etc. ¿Acaso es algo que está ahí permanentemente inmóvil y estable? No. Es la pura representación de nuestras mentes en base a fenómenos fugaces que continuamente surgen y desaparecen uno tras otro, y que nuestro cerebro interpreta de forma constante y mantiene gracias a la memoria. Esto es posible por el filtro sensitivo que hace que no percibamos el cambio más que en niveles muy burdos. Si miro una manzana hoy, y lo hago tres días después, veo un salto perceptivo al comprobar que la manzana está más arrugada y quizás se ha puesto negra en una parte. Pero eso no ha ocurrido de golpe; está ocurriendo a cada instante, solo que no lo percibo.

La vida es como un río en el que cada instante el agua se renueva sin que podamos retener una sola molécula con nosotros y, sin embargo, tenemos la experiencia del río.
Por eso el zen es una mirada nueva. Una mirada que proviene de la postura de zazen y que al mismo tiempo se expresa en dicha postura. En la postura de zazen se produce un cambio radical de nuestra realidad fenoménica, y por ende de la experiencia de la misma. En primer lugar silenciamos la palabra y sentimos el silencio en nuestro cuerpo. No se trata de un silencio de espera, ni de escucha, ni de respeto ante la autoridad, sino un silencio de apertura al vacío. La no-palabra es una apertura a la infinitud. El no-decir se convierte en la inmensa posibilidad abierta y no concretada ni formada. Ese silencio es un silencio poderoso que conecta con la esencia de todo siendo uno sin distinción, porque todavía no ha sido nombrado.

De ese silencio existencial surge el desapego. Desapego de la existencia misma. Nuestro identificación mental con el cuerpo crea el ego funcional. Este ego es un cúmulo de pensamientos que mantienen la tensión corporal como territorio a proteger. A mayor miedo, mayor tensión. A mayor amenaza, mayor tensión. La tensión en nuestro cuerpo está unida a nuestros pensamientos, sean conscientes o inconscientes. A su vez esa tensión alimenta la sensación de ego y su función de supervivencia.
A medida que se silencia el discurso mental,  el cuerpo se relaja y se distiende. Por eso es tan importante la conciencia corporal en zazen. Esta distensión requiere de una postura estable, a fin de que el cuerpo se asiente en el no movimiento y pueda dejar la tensión. En ese instante la respiración que sí mantiene su ritmo natural se va haciendo más y más sutil, hasta parecer que se detiene. La práctica de zazen nos proporciona una perspectiva diferente. Mientras estamos vivos estamos en la dinámica del movimiento, como si fuera una rueda que da vueltas sin cesar. Pero al practicar zazen nuestra experiencia vital se centra, se coloca en el punto exacto del centro del eje de esa rueda y entonces desaparece el movimiento sin que la rueda deje de moverse. 
Por eso zazen es la vida misma desde otro punto de vista, desde el centro inmóvil de la existencia. Entonces no importa lo que uno haga o deje de hacer. No importa el movimiento ni el no movimiento. Así siento yo el koan de Nansen:
Nansen fue al maestro Nehan de Hyakujô y éste le preguntó: "¿Existe algún Dharma que los santos del pasado nunca predicaron a los hombres?" Nansen contestó: "Lo hay." Hyakujô preguntó."¿Cuál es el Dharma que nunca fue predicado a los hombres?" Nansen dijo: "Esto no es mente; esto no es Budha; esto no es una cosa." 

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