EL ARTE DE MIRAR

Imagen de la exposición "los Fauves". 
La pasión por el color de la fundación Mapfre en Madrid

Cuando te acercas a un cuadro, la experiencia depende, no de lo que ves, sino de cómo lo miras.


Hace unos días, Ana, mi pareja y yo, visitamos la exposición sobre el fauvismo en la fundación Mapfre en Madrid. Se trata de un movimiento pictórico muy efímero cuya única consigna era la libertad en el color y en la forma. 
Uno de los ejercicios de atención plena que nos permite soltar las ataduras de la forma y abrirnos a la presencia es la mirada, la contemplación. La conciencia de la visión para los seres humanos es la que más nos transmite sensación de realidad. La visión es un proceso constructivo muy complejo que nos permite crear relaciones con nuestro entorno basadas en evitar amenazas o conseguir placer, pero con frecuencia, nos identificamos tanto con la imagen experimentada que consideramos la realidad como si sólo fuera lo que vemos, tal y como lo vemos. Por eso todos tenemos la experiencia de cómo el juicio nace de inmediato, con sólo mirar algo, en cada instante. Vemos algo y nuestro juicio empieza: "qué bonito, me gusta, no me gusta, es mejor que... no se parece a... etc.



Tras el juicio en la mirada nos perdemos el presente con su frescura, con su novedad, con lo que aparece tal y como aparece. Enseguida nuestra mente se va a otro sitio, a otro tiempo. Ahora bien, cuando uno contempla estas obras, sin juzgar, sin interpretar, simplemente dejándose inundar de sensaciones, de color, de provocación, de explosión plástica y estética surge la sensación de que hay muchas miradas. Estos pintores, y en definitiva cualquier artista, me presta sus ojos y me cuestiona mi "sentido de realidad" y esa es la magia del arte. Por eso en la antigüedad el arte, al igual que la música, tenía una dimensión trascendente, incluso mística.

La mirada zen es una mirada plena, sin discriminación. Abierta a la permanente fugacidad. Es contemplar la luna en el reflejo de una gota de agua que pende del pico de una grulla en la noche. Nada es tan impermanente. La belleza no se puede retener. El color de los cuadros dura el instante que los miramos. La emoción es sorpresa. No queramos retenerlos. Algunos visitantes sacaban su teléfono móvil para fotografiar los cuadros... ¡pero estaba prohibido!. En efecto, si fotografías, te pierdes el instante, detienes la experiencia que está fluyendo, y en eso consiste visitar una exposición, en mirar instante a instante.

Este ejercicio no sólo es reconfortante, sino que transforma la mirada. Al dedicar un tiempo a mirar más allá de los esquemas habituales de repente uno siente que puede ver las cosas de otra forma. El juicio se ralentiza, no es tan automático y la mirada se posa en todo lo que instante a instante va apareciendo ante tus ojos. Sientes que los detalles que antes pasaban desapercibidos penetran en tu conciencia, porque ésta se ha dilatado. Mirar, ya no es ver, sino acariciar la realidad no como algo que está enfrente sino que me envuelve y abraza instante a instante.

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