LA JOYA DE LA COMPASIÓN



La meditación es una práctica muy concreta. Detenemos nuestro ritmo de vida ordinario y permanecemos inmóviles dejando que nuestros pensamientos y razonamientos, nuestra memoria y nuestros deseos se serenen. La práctica meditativa nos descubre la ilusión de nuestro ego. El ego se experimenta no como algo sustancial y objetivo, sino como un instrumento de nuestra mente. Es relativo, ya que su naturaleza es relacional y por ende, una dinámica de energía e información. Por medio de la meditación es posible que la conciencia se vaya desapegando poco a poco de la imagen que tenemos de nosotros mismos fijada en nuestro ego y se abra a otros niveles del ser.
Esta experiencia no es algo controlado, es algo que, simplemente, experimentamos, creando, eso sí las condiciones para que ocurra. Es como cuando uno mira un cielo nublado y está seguro que lloverá, pero cuándo y qué se siente al experimentar la lluvia, sólo se sabe esperando.
Sin esta experiencia vivida en la piel, la carne, los huesos e incluso hasta el tuétano, como dice un aforismo zen, hablar de compasión y amor puede generar cierta confusión, porque antes de hablar de la compasión y el amor, entendidos como parte de la práctica y de la experiencia meditativa es necesario aclarar que nos referimos a una compasión más allá del ego, a una experiencia “esencial”, no sólo a un sentimiento afectivo de un yo hacia un tú.
 Cuando usamos la palabra compasión o amor, nuestro idioma nos refiere a una acción por medio de la cual un sujeto se siente movido a proteger, aliviar el sufrimiento, a comprender y a dar al otro lo que necesita. Incluso yendo un poco más lejos, al hablar de amor, pensamos en ese estado emocional-afectivo que nos vincula a “esa otra persona que vemos distinta a las demás” y con la que queremos estar unidos.
Estas descripciones reflejan un nivel de conciencia dual y por tanto asentada en el ego, en el personaje que representamos y que se siente dolido, humillado, querido, deseado, amado ridiculizado, avergonzado, separado de todo, etc. 

Para comprender y, sobre todo, para experimentar la compasión y el amor al que nos referimos, lo primero que debemos hacer es estar abiertos a admitir que el amor y la compasión que experimentamos en la meditación son “otra cosa”. Por eso, muchas de las expresiones sobre el amor y la compasión de los maestros espirituales son paradójicas y en algunos casos contradictorias. 
El amor y la compasión no son tanto “formas de actuar”, cuanto cualidades que brotan de la conciencia iluminada, cualidades del ser. El amor y la compasión nos producen bienestar y felicidad porque reflejan la naturaleza de lo que somos y esta experiencia integrada se vive como plenitud.
Visto desde este punto, no se trata, meramente, de comportarse bien con los demás, no se trata de hacer el esfuerzo de ayudar a otros, de no ser egoísta, en definitiva, no se trata de adoptar compromisos morales de conducta desde nuestra voluntad condicionada por el propósito de “ser mejor, o ser correcto”. De lo que se trata es más bien del impacto emocional profundo de la experiencia de la conciencia no dual y del ser vinculado a todo; de la experiencia de nuestra naturaleza esencial más allá de de nuestros componentes y de su expresión dinámica en la forma de relacionarnos con nuestro entorno.
En este sentido, la experiencia de la compasión y el amor más que un propósito por intentar amar al otro, consiste en un descubrimiento del amor y de la compasión que brota desde nuestro ser más hondo y nos conecta con todo lo que existe. Así pues, simplemente hay que dejar que se exprese y manifieste. Porque el intento de amar desde un sujeto a otro como egos separados refleja una experiencia basada en la ilusión, y, con frecuencia, posterior desilusión y por lo mismo dominada por el deseo y el apego. De ahí surgen la exigencias de amor, los sentimientos de incomprensión, de no correspondencia, de posesión, etc.
Pero el ser es esencialmente vacío e impermanencia. ¿Entonces quien ama a quien? No hay un “quien”, realmente, como algo sustantivo e independiente. Sólo desde el no-yo puede nacer el amor sin objeto, la compasión sin dualidad. El amor y la compasión como energías que brotan del ser universal y sin limitación y que me atraviesan en mi propio ser. Que encienden mis moléculas y se convierten en fuego que todo lo quema. Es una compasión sin vuelta atrás, sin siquiera decidir querer o no querer. Es un amor sin opción. Es amor por sí mismo manifestado y siempre presente. Como la joya cosida en las ropas del vagabundo que sin saberlo pedía limosna toda su vida hasta que al hacerse jirones de puro viejo su abrigo descubre el impresionante diamante que siempre tuvo y nunca supo. JAJAJAJAJAJAJ dijo el loco riendo y llorando al comprobar que en su mendicidad siempre había sido inmensamente rico.

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