REFLEJOS

La realidad es como un caleidoscopio. Cada vez que abrimos los ojos por la mañana nuestra mente empieza a recomponer el mundo perdido durante el sueño y a situarnos en la realidad. Igual que los cristalitos de color del caleidoscopio, que cada vez que se dan vuelta se reestructuran formando un dibujo nuevo y hermoso, una y otra vez.
A medida que vamos siendo adultos nuestra mente se va obsesionando con la imagen que nos hemos construido de nosotros mismos y poco a poco filtramos todo lo que vivimos a través de esa imagen.
Por eso perdemos la capacidad de admiración y de sorpresa, y a la larga, también de disfrutar de la belleza. La mirada contemplativa es un ejercicio de vuelta a la mirada infantil, libre de prejuicios y de pretensiones. Libre de objetivos y metas, libre de utilitarismo o funcionalidad. Se trata de la mirada excitada por el caleidoscopio de reflejos juguetones que nos muestran que la realidad se expresa en la mente y la mente juega con la realidad. Abrirse con esa mirada infantil es aceptar que todo fluye, que todo es nuevo instante a instante. Muchas veces tenemos la sensación de que los momentos felices de nuestra vida tienen que ver con nuestra infancia. Que luego... con el paso del tiempo, aunque tenemos momentos felices, pero no son como los de la infancia. En definitiva es porque la conciencia de la infancia es más clara y nítida y no está cargada de tanto ego como después de adultos.
Por eso, la meditación es un ejercicio que nos ayuda a salir del marco del ego. No se trata de eliminar, destruir o arrancar al ego de nosotros, eso es imposible, porque no existe. Parafraseando un koan, cuando el discípulo le pide al maestro "por favor, maestro, acalla mi ego" el maestro responde: no hay problema, muéstrame tu ego y lo acallaré para siempre. El discípulo desconsolado vuelve donde el maestro y con tristeza le dice: "Maestro no encontré mi ego para traértelo". El maestro riendo responde: lo ves, ya lo acallé.
En efecto, al centrar nuestra mente en un punto, en nuestra respiración, en el mero sentarse, en el MU en un foco... todo lo construido desaparece  del horizonte de la conciencia. Está ahí, sí. Están los ruidos, las luces y sombras, los dolores, las sensaciones etc. pero son como reflejos, son como la luna en el lago se agita el agua y todo desaparece, hasta que vuelve a posarse el reflejo y aparece de nuevo.
La meditación nos devuelve la mirada infantil. La que se asombra por todo, la que descubre la belleza, la que no tiene prisa y se deja impresionar por los detalles sencillos.
El otro día compartí una clase con otro profesor que puso este ejemplo: Una vez observé que un papá iba con un niño pequeño subiendo una montaña y tras la larga caminata y duro esfuerzo cargando al pequeño, por fin arribaron a la cumbre, entonces, el papá le dijo al niño ¡mira que vista tan hermosa! El niño, en cambio, estaba fascinado viendo una pequeña florecita que nacía debajo de una piedra allá en la cumbre. Para asombrarse no necesitaba de la larga caminata ni del esfuerzo, simplemente abrió sus ojos a los reflejos de la belleza. Simplemente tenía  una mirada contemplativa.

Comentarios

Entradas populares de este blog

NADA FALTA NI SOBRA

EL MANANTIAL DE LA SABIDURÍA

BELLEZA ESCONDIDA.