EL MAESTRO CUERPO


Habitamos un cuerpo durante un montón de años. De hecho la vida es tal, en nuestro cuerpo vivo. La tradición occidental en la que he crecido sólo ha visto el cuerpo como un instrumento, y desde el punto de vista espiritual, como algo estorboso y en cierto modo objeto de doma y castigo. Occidente se ha movido siempre bajo el dualismo alma (psiché) y cuerpo (soma) como dos entidades separadas. La práctica zen nos muestra que no hay tal diferencia. Somos un alumbrar de conciencia en una materia inserta en un universo. Nuestro cuerpo, aunque aparentemente definido y limitado, lo es por la percepción que él tiene de si mismo. Porque tiene un sistema orientado a preservar ese cúmulo de células vivas interdependientes cuya función es prolongarse en otro cuerpo y así en otro y en otro...

Esa es la función última de nuestra mente, preservar el cuerpo. Pero al meditar, detenemos el cuerpo. Volvemos la mente sobre sí misma, tomando conciencia del cuerpo entero empapando todo, como si la conciencia estuviera en los poros de la piel. No preocupándonos de lo que desde fuera el cuerpo necesita o puede ser una amenaza, sino del cuerpo en sí. Este es el objeto de la postura zen. Postura de alerta, sin tensión. Postura de estabilidad y equilibrio. Postura de asentamiento como una roca que simplemente está ahí siendo roca y nada más, pero a la vez ligera como el viento, como si en un segundo se fuera a disolver.

Al meditar, la conciencia se va desentendiendo de la mente pensante, con el fluir de imágenes pasadas o futuras, de razonamientos y análisis de cosas que no interesan nada, o de sentimientos elaborados que burbujean como una olla de guiso al fuego y se va impregnando  el cuerpo, todos los poros del cuerpo. A medida que somos capaces de fundirnos con la postura estable e inmóvil, a medida que sentimos la postura como el hogar seguro en el que se hace presente todo el universo, en esa medida el cuerpo empieza a mostrarnos una experiencia diferente.

Porque el cuerpo no es un instrumento de una especie de ente espiritual metida dentro, como ocurre con los gigantes de las fiestas populares que se mueven gracias al señor que está dentro, sino la caja de resonancia del cosmos en nuestra conciencia. Nosotros somos el instrumento que interpreta la música eterna que resuena incesantemente. Pero, al igual que un violín o una guitarra la resonancia sólo es posible con una caja y un vacío. Ambos son parte de lo mismo, estructura (forma) y vacío modulan el sonido y le otorgan color y vibración variada, es nuestro sonido.

Tomar conciencia del cuerpo, escuchar al cuerpo, quererlo y hacerse uno con él en el ejercicio de zazén cada día es la clave del camino medio que adoptó Sidarta Gautama, cuando vio que la austeridad extrema no le llevaba a superar el sufrimiento. El cuerpo es un maestro. Nos ayuda a modular nuestra manera de percibir la realidad y nos muestra que no todo es lo que parece. Es nuestro compañero de camino y si lo sientes es que estás vivo. No rechaces tu cuerpo, no hay un sonido mejor que otro, la clave es que esté afinado.

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